Primavera salvaje de Arnold Wesker
Por Gonzalo Valdés Medellín
Una obra que nos remite de nueva cuenta al teatro dentro del teatro, al juego de la representación que alude a la vida y a la ficción a un solo tiempo, pero sobre todo incide en la fragilidad de la condición humana es Primavera salvaje del dramaturgo inglés Arnold Wesker, que con dirección y traducción de Otto Minera se ha estrenado en el Foro de las Artes del Centro Nacional de las Artes. La obra la interpretan Emoé de la Parra y Gutemberg Brito, y sucede la historia, con excepción de una escena en cada acto, en Londres durante un lapso de quince años. Primer Acto: 1976. Segundo Acto: 1991. Historia de amor, pero también de libertad y esperanza, Primavera salvaje vuelve a poner sobre la mesa las obsesiones de Wesker, su poética inquebrantablemente humana y su ética escritural donde el amor es base.
Arnold Wesker (Londres, 1932) es un dramaturgo ampliamente conocido en lengua hispana. Sus obras son un amplio abanico de temas (casi siempre expuestos a la luz de la crítica) en torno a la soledad, la pareja, la vejez y el tiempo en que se van consumiendo los ánimos de búsqueda y encuentro espirituales del hombre contemporáneo.
Autor de la trilogía Sopa de pollo con cebada, Raíces y Estoy hablando de Jerusalem (escritas entre 1958 y 1960), así como de La cocina (59), Papas fritas con todo (62), Su propia ciudad dorada (66) y Los amigos (60), Wesker ha sido montado en México con mucha fortuna; a finales de los años 70, Susana Alexander y Roberto D’Amico dieron vida a esa pareja de apasionados amantes que subvertían el orden del tiempo y el espacio de su relación, en una poética y conmovedora historia: Las cuatro estaciones, pieza que Alexander retomó hace un par de años como directora, con las actuaciones de Ludwika Paleta y Bruno Bichir.
Pero también Wesker se ha entregado a la narrativa en no pocas ocasiones (de hecho, su teatro traba íntimo maridaje con los vuelos narrativos, toda vez que sus personajes no se constriñen a vivir escénicamente en acciones, sino que dejan paso libre a la palabra y, con ello, a la memoria afectiva y eficaz); de esto da cuenta una edición en la que Wesker conjuntó tres relatos (Pools, Seis domingos de enero y El diario del Londres para Estocolmo); un drama alegórico para narrador, voces y orquesta (El capitán de Nottingham) y un guión para televisión (Amenaza), bajo el título de Seis domingos de enero, publicado en 1980 en Buenos Aires, Argentina.
Y justamente Seis domingos de enero marcará una obsesión de Wesker ante el número seis, que refrenda luego en su serie de piezas Seis obras para una sola actriz, traducidas y Roberto D’Amico en México- donde Wesker vuelve a poner la atención sobre un teatro realista de álgidas resonancias psicológicas, desprendido sin duda de la tradición impuesta -como señala D’Amico- por obras como Recordando con ira (1956) de John Osborne y sin duda del primer Pinter, y que exige, tanto del espectador como del intérprete, un compromiso asumido de antemano con el diálogo, con el texto, con el flujo incontenido de los parlamentos y con el juego histriónico de las alegorías.
Wesker apela por un espectador activo, no sujeto pasivamente sólo a las imágenes o las acciones; pero también somete a sus actores a una entrega más allá de toda convención escénica. Quizá por ello, Seis obras para una sola actriz –y en general, toda su dramaturgia, como bien se observa en Primavera salvaje– plantea un reto demoledor para las actrices que las lleven a efecto; y, por lo mismo, el autor no se detiene ante los avances propios de la narrativa que trastocan la habitual carrera del monólogo concebido como tal y que, de pronto, enfrenta a quien los lee (y más aún, a quien lo interpreta) a cuentos de complejidad no lineal, sino entreverada en épocas y tiempos, para hacer más agudo y complejo el trabajo actoral, y más impactante el resultado ante el público.
Emoé de la Parra
En su teatro, Wesker da un planteamiento diverso en torno a la condición femenina, a veces de manera irascible, otras con un sentido del humor muy contenido -diríamos que muy inglés- y casi siempre apuntalando hacia los vicios de una sociedad consumista y apartada de la piedad, despersonalizada, como es la sociedad en que sobreviven mujeres solas, combatientes del machismo y, peor todavía, de la misoginia y la misantropía; del egoísmo, en suma, que permea las relaciones humanas en ciertas etapas de la vida.
Wesker dramaturgo constantemente reflexiona en torno a la genuina actitud del escritor frente a su entorno; critica con sorna -a veces incondescendiente- la identidad de la mujer creadora. Ahora es una actriz el personaje de Primavera salvaje, Gertru, representada en juego de espejos por la actriz Emoé de la Parra, quien encarna con lucidez y entregas aleccionadoras, como bien apunta el programa de mano “la historia de una actriz atravesada por su pasión artística, su necesidad afectiva, la crisis no asumida de su madurez vital y artística, y las complicaciones de su condición marginal (en tanto mujer, actriz, madre estéril, creadora y alma solitaria)”. Una mujer atravesada por la lanza filosa de la existencia, acotaría yo.
El dramaturgo analiza de manera implacable el ser femenino y puede llegar -en forma asombrosa- a concitar una desnudez del espíritu de sus creaturas, como lo hizo en Annie Vacilante (homenaje incisivo a la presencia de Edith Warthon en la tradición de la literatura de lengua inglesa) o en ¿Qué fue de Betty Lemon? (la crítica ante la falacia de una escritora que no quiso serlo…), así como en Retratos de madre confrontando la amargura del abandono con la vitalidad del anhelo y el gozo de vivir, cuando en apariencia, la vida “ya no ofrece nada”.
Gutemberg Brito en Primavera salvaje de Wesker
Siempre, el teatro de Arnold Wesker será de gran interés para todos aquellos directores y actrices que deseen confrontarse con un discurso diáfano y preciso en torno a la condición femenina y a la vulnerabilidad humana y espiritual, a través de una visión teatral que escarba poderosa en la verdadera sensibilidad de nuestro tiempo, aquella que aspira a la plenitud por encima de toda devastación moral.
Notables actuaciones de Emoé de la Parra y Gutemberg Brito, una dirección como siempre bien pensada, rigurosa y precisa de Otto Minera, y una dramaturgia que a nadie dejará impasible en ningún sentido, hacen de Primavera salvaje de Arnold Wesker uno de los grandes acontecimientos del teatro en México en nuestro momento, trabado desde el esfuerzo y la combativa proposición de creadores independientes mexicanos.